Espiritualidad

El nombre: “Amadores de Cristo”, y el lema: “Hagamos de nuestra vida un continuo acto de amor a Dios”, resumen a la perfección nuestra espiritualidad.

Amar a Cristo es amar a Dios, Uno y Trino; cumplir con el primer y mayor mandamiento: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.”  (Dt 6,4-9)  Pero, ¿cómo dar lo que no tenemos? Es como si me pides agua, que yo no la tengo y he de ir a la fuente para poder dártela. “Deus Caritas est”: Dios es Amor (1Jn 4,16b) ; más aún: Dios es El Amor: El Amor Único, Verdadero, Perfecto, Infinito y Puro. Dios es, pues, la Fuente del Amor. De ahí, podemos intuir que debemos amar a Dios con su propio Amor. ¿Cómo es posible que hagamos algo que parece inalcanzable?

Nuestra Reina y Señora, la Inmaculada y Siempre Virgen María, nos desvela el secreto para alcanzarlo: su “fiat”, —anonadándose totalmente, con una negación tal de sí misma que se hace “esclava” del Señor— unido a su Inmaculada Pureza, hacen de ella un espejo purísimo que, como siempre tiene su vista puesta en Dios, refleja hacia Él el mismo Amor que de Dios recibe.

¡Qué misterio tan grato; tan reconfortante a nuestras almas! Dios crea perfecta a María para que sea la Inmaculada, Virginal y Purísima Madre de su Verbo; mas, también, para que sea nuestra Madre y nos eduque en el camino de la perfección espiritual. En su “Magníficat” (Lc 1, 46-55)  nos anuncia la alegría que ha de sentir nuestro espíritu si seguimos su ejemplo; si nos humillamos negándonos a nosotros mismos y haciéndonos esclavos del Señor; si procuramos ser espejos limpios que reflejen el Amor de Dios.

Nuestra Reina y Señora no se siente digna de ponerse como ejemplo, pues su humildad la esconde siempre a la sombra de las alas (Sal 17, 8b)  del Señor, por lo que nos dice con todo su amor de Madre: “Haced lo que Él os diga.” (Jn 2, 5b)  Y, ¿qué nos dice nuestro Señor Jesucristo?: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.” (Jn 14, 6a)

¿Necesitamos más, aún, para saber cuál ha de ser nuestro comportamiento, nuestra norma de vida, nuestro “tesoro”? Pues Cristo nos da más: "Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis (…)” (Mt 25, 31-46)

Sólo hay una forma de articular tanta enseñanza: “Hacer de nuestra vida un continuo acto de amor a Dios”; es decir: ser “Amadores de Cristo”.

Los pilares que sostienen el edificio de nuestra espiritualidad son cuatro: Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo y María Santísima. Por ello, nuestra devoción es doble: Trinitaria y Mariana. Somos muy conscientes de la diferencia de culto en esas dos devociones: de latría en la Trinitaria y de hiperdulía en la Mariana. Como lo somos de que Jesucristo, como verdadero Hombre, es Carne y Sangre de María Santísima, por lo que podemos ver al Hijo en la Madre y a la Madre en el Hijo.

Amadores de Cristo, le encontramos en el Sagrario, donde conversamos con Él: le escuchamos y le hablamos. Nuestra alma le adora, mientras nuestro cuerpo permanece recogido, en silencio interior.

Amadores de Cristo, participamos de su Santo Sacrificio, ofreciéndonos con Él al Padre, como holocausto de suave olor, y le recibimos en nuestra boca como alimento material y espiritual.

Amadores de Cristo, dejamos que actúe y hable a través de nosotros, dejándonos hacer; como meros instrumentos de Dios al servicio de los hombres.

Amadores de Cristo, le descubrimos en los más pobres; en los que son excluidos por la sociedad; en los marginados que nada tienen; le atendemos viéndole delante de nosotros, necesitado, implorándonos nuestro amor y ayuda.

Para que nuestra vida sea un continuo acto de amor a Dios, nunca perdemos su presencia, ni dejamos de hablar con Él, conocedores de que “en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28a) , y de que vela por nosotros, sin dejar de amarnos, porque “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”. (1Jn 4, 16b)  Así, nuestra vida de oración, meditación y contemplación, es incesante, sin pausa alguna, estemos haciendo lo que hagamos.

Somos conscientes de que Dios es celoso: sólo nos quiere para él, por entero, entregándole la totalidad de nuestro corazón, sin guardar la más mínima parte para alguien o algo que no sea Él. Desea que todo lo amemos a través de su Amor, para que nuestro amor a las personas y a las cosas sea perfecto, como Él es perfecto(Mt 5, 48)  Por eso le pedimos que, al tomar posesión de nuestro corazón, si encuentra algún rincón sin limpiar, Él mismo lo purifique, de forma que todo, por entero, le pertenezca.



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