“De María, nunquam satis”, nos dejó escrito san Bernardo; y es que, verdaderamente, nunca diremos suficiente de quien hizo posible, con su fiat, la redención del género humano.
Los cuatro dogmas que sobre la Reina de la Creación formula la Santa Iglesia Católica: Que es Madre de Dios; que fue concebida Inmaculada; que su Virginidad es perpetua, y que fue asunta al cielo, quizá no tarden en acompañarse de un quinto dogma: María Corredentora. Y es que si María no hubiese dado su sí a Dios, la redención no se hubiera producido, al no encarnarse el Verbo.
¿No es maravilloso contemplar cómo, desde antes de la creación del Universo, Dios mismo ya tenía el germen Inmaculado de María preservado de toda impureza? Y es que a la que, como esposa virginal del Espíritu Santo, concebiría a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, dando su carne y su sangre al Verbo encarnado en sus entrañas, ¿no iba Dios a crearla perfecta en grado sumo y por encima de cualquier ser creado? Sí, efectivamente: María es de tal perfección que nunca podremos decir bastante de sus atributos.
Cuando María, al oír el anuncio que le transmite el arcángel san Gabriel, se turbó grandemente debido a la humildad fruto de su santidad, no duda un solo instante de que cuanto está contemplando y oyendo viene directamente de Dios, pues su fe es inquebrantable, y no existe en ella el más mínimo atisbo de duda, ya que al contestar a san Gabriel que ¿cómo será eso, pues no conozco varón? no está expresando desconfianza o incredulidad, sino reafirmándose en su preciosa Virginidad.
¡Qué lección magistral de humildad y obediencia la de María ante el anuncio del arcángel! Se le dice que concebirá al que será llamado Hijo de Dios, pues el Espíritu Santo vendrá sobre ella y la fuerza del Altísimo la cubrirá con su sombra y, en vez de poner trabas o mostrar recelo ante anuncio tan insólito, se declara esclava del Señor. En el siglo XXI es difícil comprender la trascendencia de esa afirmación, pues la esclavitud, entendida como tal, prácticamente ha desaparecido; pero, en la época en que vivía María, el esclavo no era dueño de sí mismo, pues pertenecía totalmente a su amo, por lo que hasta su vida dependía del capricho de él, y María veía ejemplos de ello a diario. Por eso, al declararse esclava del Señor, María era perfectamente consciente de que, por voluntad propia, perdía totalmente su libertad; es decir, se anonadaba en grado sumo, hasta prácticamente desaparecer para integrarse en Aquel de quien se declaraba esclava.
Realmente nunquam satis, pues María no se conforma con ser esclava del Señor, sino que, pudiendo decir a san Gabriel que haría lo que acababa de oír, como es casi seguro que cualquiera de nosotros habría dicho, ella confirma su esclavitud y su anonadamiento total, respondiendo: hágase en mí según tu palabra. ¡María se deja hacer!, sin poner impedimento alguno a la acción de Dios en ella.
Imagen: La Anunciación, de Paolo de Matteis (1662-1728)
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