Del
Libro de su vida, de santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia
(Cap. 22, 6-7. 12. 14)
(Cap. 22, 6-7. 12. 14)
Con tan buen amigo presente —nuestro Señor Jesucristo—, con tan buen capitán, que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir. Él ayuda y da esfuerzo, nunca falta, es amigo verdadero. Y veo yo claro, y he visto después, que para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes quiere que sea por manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo su Majestad se deleita.
Muy muchas veces lo he
visto por experiencia; hámelo dicho el Señor. He visto claro que por esta
puerta hemos de entrar, si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes
secretos. Así que no queramos otro camino, aunque estemos en la cumbre de
contemplación; por aquí vamos seguros. Este Señor nuestro es por quien nos
vienen todos los bienes. Él lo enseñará; mirando su vida, es el mejor dechado.
¿Qué más queremos que un
tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como
hacen los del mundo? Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le
trajere cabe de sí. Miremos al glorioso san Pablo, que no parece se le caía de
la boca siempre Jesús, como quien le tenía bien en el corazón. Yo he mirado con
cuidado, después que esto he entendido, de algunos santos, grandes
contemplativos, y no iban por otro camino: san Francisco, san Antonio de Padua,
san Bernardo, santa Catalina de Siena.
Con libertad se ha de
andar en este camino, puestos en las manos de Dios; si su Majestad nos quisiere
subir a ser de los de su cámara y secreto, ir de buena gana.
Siempre que se piense de
Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande
nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene: que amor saca amor.
Procuremos ir mirando esto siempre y despertándonos para amar, porque, si una
vez nos hace el Señor merced que se nos imprima en el corazón este amor, sernos
ha todo fácil, y obraremos muy en breve y muy sin trabajo.
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