De una carta de san Raimundo de Peñafort, presbítero
(Monumenta Ordinis Praedicatorum Historica 6, 2, Roma 1901, pp. 84-85)
Si todos los que quieren vivir religiosamente en Cristo Jesús han de sufrir persecuciones, como afirma aquel apóstol que es llamado el predicador de la verdad, no engañando, sino diciendo la verdad, a mí me parece que de esta norma general no se exceptúa sino aquel que no quiere llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa.
Pero vosotros de ninguna forma debéis de ser contados entre el número de éstos, cuyas casas se encuentran pacificadas, tranquilas y seguras, sobre los que no actúa la vara del Señor, que se satisfacen con su vida y que al instante serán arrojados al infierno.
Vuestra pureza y vida religiosa merecen y exigen, ya que sois aceptos y agradables a Dios, ser purificadas hasta la más absoluta sinceridad por reiteradas pruebas. Y, si se duplica e incluso triplica la espada sobre vosotros, esto mismo hay que considerarlo como pleno gozo y signo de amor.
La espada de doble filo está constituida, por fuera, por las luchas y, por dentro, por los temores; esta espada se duplica o triplica, por dentro, cuando el maligno inquieta los corazones con engaños y seducciones. Pero vosotros conocéis bastante bien estos ataques del enemigo, pues de lo contrario no hubiera sido posible conseguir la serenidad de la paz y la tranquilidad interior.
Por fuera, se duplica o triplica la espada cuando, sin motivo, surge una persecución eclesiástica sobre asuntos espirituales; las heridas producidas por los amigos son las más graves.
Esta es la bienaventurada y deseable cruz de Cristo que el valeroso Andrés recibió con gozo, y que, según las palabras del apóstol Pablo, llamado instrumento de elección, es lo único en que debemos gloriarnos.
Contemplad al autor y mantenedor de la fe, a Jesús, quien, siendo inocente, padeció por obra de los suyos, y fue contado entre los malhechores. Y vosotros, bebiendo el excelso cáliz de Jesucristo, dad gracias al Señor, dador de todos los bienes.
Que el mismo Dios del amor y de la paz pacifique vuestros corazones y apresure vuestro camino, para que, protegidos por su rostro, os veáis libres mientras tanto de las asechanzas de los hombres, hasta que os introduzca y os trasplante en aquella plenitud donde os sentaréis eternamente en la hermosura de la paz, en los tabernáculos de la confianza y en el descanso de la abundancia.
Que el Dios del amor y de la paz purifique vuestros corazones
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