Cuando comemos su cuerpo asimilamos su vida


Fuente: Instituto del Verbo Encarnado
Autor: Instituto del Verbo Encarnado



¿Cómo es que nos incorporamos a Cristo?

En la Eucaristía, como sabemos, está el cuerpo físico del Señor con su vida biológica y psíquica. Está todo Él, con su cuerpo y con su alma, con las potencias de su cuerpo y con las potencias de su alma. Está Él con su divinidad.

Entre el Cuerpo de Cristo y el nuestro se establece una relación, a través de las especies eucarísticas, pero ciertamente no es ésta la incorporación de la cual queremos hablar, porque entre cuerpo y cuerpo hay continencia pero no incorporación. No asimilamos la carne de Cristo, ni Cristo asimila nuestra carne.

Cuando comemos su cuerpo asimilamos su vida.

Pero Cristo tiene varias formas de vida:

1º) Tiene la vida sustancialmente divina que le corresponde por ser persona divina, segunda de la Trinidad, y de naturaleza divina igual que el Padre y el Espíritu Santo.

2º) Tiene la vida divina accidental con carácter individual que le santifica como hombre particular.

3º) Tiene también la vida divina accidental con carácter social, que procede de la gracia capital con la que se santifica como Cabeza del Cuerpo Místico.

4º) Y tiene, como hemos dicho, la vida humana, biológica y psicológica.

La incorporación que se realiza en la Eucaristía es la incorporación a la vida de Cristo Cabeza.

El cristiano cuando comulga recibe la vida o la gracia que desciende de Cristo Cabeza y por eso se hace miembro suyo. Sólo la gracia capital es comunicable, o mejor, sólo ésta es la que hace la incorporación.

Por tanto, la unión del hombre con Cristo en la Eucaristía, esa unión intimísima que Él reveló: "Quien me come vivirá por Mi" (Jn 6, 57), que es efecto propio de la Eucaristía no es unión hipostática, no es unión sustancial, no es cualquier modo de unión física, sino que más bien es unión moral por el aumento de la gracia santificante y principalmente por la caridad que nos une a Cristo. De tal manera que, por esa caridad permanezcamos en Él con la voluntad y el afecto, viviendo por Él como Él vive por el Padre.

Dice un autor: "Nuestra unión con Él no confunde las personas, ni mezcla las sustancias, sino que aúna los afectos y hace comulgar las voluntades".

Esta unión del hombre con Cristo se obtiene principalmente por el amor, que encierra así una poderosa fuerza unitiva y transformativa del amante en el amado y que es, por lo mismo, la perfección y la consumación de la vida cristiana. Dice San Juan en su primera carta: "Dios es amor y el que vive en el amor permanece en Dios y Dios en Él" (4, 16). Por eso, con toda razón se llama a la Eucaristía el sacramento del Amor.

Pidámosle a al Santísima Virgen la gracia de participar cada vez mejor del sacramento del Amor.




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